Y también años después, cuando vendría a verlo desde aquel
remoto sur, en virtud de ese afán (pensaba Bruno) que tienen los hombres de
aferrarse a cualquier despojo de alguien que quisieron mucho, esos despojos del
cuerpo y del alma que han quedado abandonados por ahí: en esa especie de
destrozada e incierta inmortalidad de los retratos, de las frases que alguna
vez dijeron a otros, del recuerdo de alguna expresión que alguien recuerda, o
dice recordar, y hasta de esos pequeños objetos que de ese modo alcanzan un
valor simbólico y desmesurado (una cajita de fósforos, una entrada de cine);
objetos o frases que producen entonces el milagro de hacer presente aquel
espíritu aunque fugaz, inasible y desesperadamente presente, del mismo modo que
un recuerdo querido con algún transitorio golpe de perfume o un fragmento de
música; fragmento que no tiene por qué ser importante ni profundo, y que bien
puede ser humilde y hasta trivial melodía que en aquel tiempo mágico nos hizo
reír por su vulgaridad, pero que ahora, ennoblecida por la muerte y la
separación eterna, nos parece conmovedora y profunda.
Sobre héroes y tumbas. Ernesto Sabato.