lunes, 16 de agosto de 2010

Hoy que aprecié a la belleza en mi cuarto, materializada con su forma más brillante; no logré esconderme. Las metáforas no alcanzaron para describirla, ni siquiera el más intrincado recurso retórico encajaba en su cara de luna. Pálida como la luna blanca hubiese dejado mudo al sofista, sus rasgos concretos no cabían en las abstracciones de Platón.
Su respirar, cual el compás de unos delicados violines, hubiesen inspirado a Pollock y dejado desnuda, humillada toda su vanguardia.
Yo, me desintegraba como un chorro de agua que cae al vacío; bebí toda su libertad, sabía a bosque sin un sólo artificio del hombre. Era la naturaleza misma concentrada en unos labios que ostentaban toda su opulencia.
Su aroma, para que contármelo, si todavía lo siento por todos los rincones. Rojo, amarillo, gris, de bordes violetas; tal vez…
El recuerdo es algo metafísico que necesita manifestarse. Y yo tuve a la belleza acostada en mi cama.

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