miércoles, 24 de agosto de 2011

Escape de la vigilia

El patio era largo y ancho. Las paredes que lo delimitaban se alejaban horrorizadas; el miedo se acercaba. La atención se estrechaba y cada ruido era una amalgama de rostros sin forma. Cada paso, una evidencia del pasado inmediato. Las huellas sentenciadas por el tiempo, al olvido de mi mente y a la atención constante del tiempo. El perro se adelantaba olfateando novedades; eran tales para ellos pero no para la inmovilidad (eran noticias amarillas en ese entonces). Esporádicamente, se frotaba la cara; constataba vitalidad. La única luz, la de un farol blanco gris, retrataba su sombra un tanto impaciente. El techo se confundía con el suelo en el enigma de la oscuridad; la oscuridad que tocaba con la palma de sus temores.

Antes de salir a conocerlo, mientras su mirada dudaba en las preguntas de la cerradura, sus intrigas sazonadas de desconocido lograron dormirlo.

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