domingo, 14 de agosto de 2011

Una tarde

Almorzando la satisfacción que produce el agrado de nuestros méritos. Se recuesta en la impaciencia, acomoda y estimula la imaginación.

La tarde de Santa Rosa fueron varios días empaquetados en la eternidad. Mientras ella relucía sus indicios de maternidad, en una charla amena, él degustaba su perfil, ese de sonidos extrañamente conocidos. En la mesa nacía una familia, un soñoliento halo de regocijo los abrazaba y provocaba una temperatura precisa. La longitud de sus edades, de diferencias pronunciadas, descomprimía la competencia; un acuerdo implícito homologado por el espacio. Los cantos servidos por el mate decoraban la casa, las montañas se sentaron a observarla. El bandoneón, corpulento, admitía su creencia en el tiempo, en las medidas; caminaba retratando lágrimas, nostalgias, sonrisas. Argumentos que lograban convencer que todo intento de vida, de naturaleza podría sosegar nuestra porción de existencia. Aromas foráneos poco dejaron percibirse pero pellizcaron el cachete de los símbolos; el olor del verde, de la despreocupación rememora aquella caja de cristal, de infinito. Aun cuando todos pulían comentarios, ella deslumbraba con el fulgor de sus tonos originales. La política, la cultura, las aventuras que no fueron y el vino. El vino abre los candados de la introversión, duda apresado entre la lengua y el paladar y se lanza al vacio; descubre que el vacio es solo una cuestión de perspectiva, de posicionamiento cuando se desliza en las paredes del estómago. Mientras ella sigue clasificando personalidades, repara en las distintas posturas; el archivo incalculable de gesticulaciones es sorprendente hasta para ella misma. El personaje longevo se burla de la muerte, sin intención, roba a cada uno de los presentes un retazo de autoestima pero regala varios motivos. Sus formas nacen en la carne misma, tal vez el alma la tenga desparramada por su cuerpo entero. Quizá no haya cuerpo ni alma, no haya nada que diferenciar, sólo un algo universal. Mientras tanto continúa destapando su luz, siempre falta algo o queda algo. “La política es inevitable” “al menos es un muchacho buen mozo” “pasó un auto buscando a Carlos Heredia y me llevó a votar”, expresaban varios de los carteles que rellenaban la estadía; ella lo llenaba de placeres como lo esperado que está por acontecer antes de que sea consumado. Lo que será pero aún no es goza de lo implacable de la imaginación, donde todo es como queremos, exento de la desilusión que causa la acción.

Algunos oleajes oscuros, poco apetitosos que sólo él experimenta lo alejan temporalmente del cuadro central. Es una tarde goteando versos.

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